Hace unos días lo hablaba con una paciente, ella reconocía que es una creencia muy asentada en su pensamiento y, como a mí, le daba mucha tristeza pensar así, y saber que es una de las creencias que nos va moviendo por el mundo.
Entiendo que según la experiencia que hayamos tenido cada uno, el entorno en el que nos hayamos relacionado y de las personas involucradas en según qué situaciones, es posible que hayamos llegado a esa conclusión, pero eso no significa que esta creencia realmente represente la realidad, toda la realidad.
Como muchas otras creencias, no sólo nos permiten interpretar nuestra realidad, sino que en este caso concreto, supuestamente al menos, cumple la función de «protegernos ante una amenaza», los demás.
No se qué pensaréis vosotros, pero yo no creo que nos ayude a estar «mejor preparados» para lo que pueda llegar a ocurrir, ni nos haga afrontar nuestra vida, ni nuestro día a día de una forma positiva y constructiva.
¿Cómo vamos a ir por la vida si pensamos que «los otros» son una amenaza?
Esta creencia: «Piensa mal y acertarás», contribuye al aislamiento, a la suspicacia, al recelo, a la desconfianza, alimenta la angustia, la ansiedad, la agresividad, la ira, también la tristeza y la desesperanza.
Todos queremos prevenir cualquier posible daño, anticipar el vendaval y, así, poder estar preparados para que no nos pille desprevenidos y desprotegidos.
Nuestro instinto de supervivencia está ahí, y es cierto que nos protege de muchos peligros.
Sin embargo otros, directamente, no existen.
Muchos padres educan a sus hijos en esta creencia, esperando protegerles de cualquier mal, de cualquier daño posible.
Pero no lo hacen, en su lugar, lo que fomentan es que sus hijos tengan miedo, de todo y de todos, que sean desconfiados y tengan su «sistema de alerta», permanentemente encendido, a la espera de la debacle.
Esperar lo peor no va a protegernos de nada, por contra, nos hará vivir lo que vivamos, con miedo, ansiedad y desconfianza, con la sensación de tener que protegernos de todo y de todos, si queremos salir «ilesos».
Se que hay ocasiones en las que, efectivamente, parece que ese principio puede aplicar pero, realmente, ¿os ha hecho estar más preparados para lo que pasó a continuación?
No creo que ser desconfiado sea la respuesta ni la solución.
Tomarnos tiempo para conocer a las personas que nos rodean, cultivar nuestros recursos, tener relaciones nutritivas, apoyos que nos alimenten y alienten, y vivir con los ojos bien abiertos, concentrados en lo que está pasando realmente, y no en la película de terror o de fantasía, según el caso, que nos estamos imaginando en nuestras cabezas, será lo que nos permita cuidar de nosotros mismos.
Reconozco que la idea de tener un mecanismo que nos proteja y prevenga es tentador pero, como suele ocurrir, tenemos que plantearnos también qué precio estamos dispuestos a pagar por ello y, desde luego, evaluar de forma empírica y objetiva si realmente ese recurso funciona o no.
Me explico.
Si yo pienso que, cada vez que acudo a la consulta o despacho de un profesional, el objetivo primordial de ese profesional va a ser «sacarme el dinero» y despacharme lo antes posible, obviamente, no me voy a fiar de su criterio, y voy a tratar de evitar, por todos los medios, ir a su consulta o despacho.
Cuando finalmente vaya, porque no me quede más remedio, mi situación será bastante crítica, y por ese motivo precisamente también, estaré más alerta aún de cualquier cosa que ese profesional pueda decir o hacer, ya que la amenaza potencial será mayor.
De este modo, puede que consciente o inconscientemente, ponga a ese profesional a prueba, cuestionando su criterio y su juicio, rebatiendo sus argumentos, entrando en una confrontación, cuando no discusión, estéril y sin sentido.
Mi actitud será desafiante y poco conciliadora, de modo que, con bastante probabilidad, conseguiré que dicho profesional se muestre a la defensiva, cauto, prudente, y puede que me de menos información de la que, posiblemente, me daría en otras circunstancias, no porque esté haciendo mal su trabajo o porque sea un mal profesional, sino porque él mismo sentirá la necesidad de «protegerse ante la amenaza», que en este caso, seré yo y mi actitud.
Por supuesto que no tenemos que confiar «ciegamente» en el criterio de un profesional, sólo porque lo sea, pero tampoco tenemos por qué desconfiar por sistema de su criterio, simplemente porque se trate de un profesional y se gane la vida con ello.
Si no estás de acuerdo con su criterio, busca otro profesional, es así de sencillo.
No necesitas ponerle a prueba, ni ser receloso, ni acudir a su oficina a hacerle un examen, ni mostrarte a la defensiva.
Consúltale, y si no te convence, busca a otro profesional, no pierdas tu tiempo en confirmar tu teoría de que «Piensa mal y acertarás».
Soy muy consciente de que mucho de lo que pasa a nuestro alrededor nos invita, cuando no nos empuja con bastante fuerza, a no confiar en nada ni en nadie, pero con esa actitud lo único que nos garantizaremos será que no podamos confiar, precisamente en nadie, y que nadie confíe en nosotros.
No pretendo deciros que confiéis en todo el mundo, no creo tampoco que sea la solución.
Como os decía más arriba, simplemente tomaros vuestro tiempo para conocer a las personas, y entonces decidir.
Más importante es aún que os toméis tiempo para conoceros a vosotros mismos y entenderos mejor, para saber cómo actuáis y cómo reaccionáis, según la situación.
Recuerdo un experimento que vi en una ocasión.
En él había dos grupos, llamémoslos: «los confiados» y «los desconfiados».
Se sorteaba un viaje, y una vez que la persona lo ganaba, se le pedían sus datos personales para concretarlo, entre ellos su tarjeta de crédito, diciéndole al ganador que era para los posibles gastos que tuviera una vez allí, que no estuvieran incluidos en el paquete regalo, sólo como garantía.
Supongo que pensaréis que «los confiados» aceptaban de buena gana y que «los desconfiados» se negaban en rotundo.
No era eso lo que pasaba.
«Los desconfiados» hacían toda clase de preguntas a la persona que les estaba entregando el premio y explicándoles las condiciones, pensando que como efectivamente, se habían dado cuenta de «el engaño», con sus preguntas podrían desbaratar el plan del «timador» y conseguir el premio sin correr ningún peligro ni ser estafados.
De este modo, cuando conseguían todas las respuestas y quedaban satisfechos, no sólo por sus respuestas sino por su agudeza y perspicacia al haber sido capaces de «protegerse de la amenaza», acababan accediendo a dar su tarjeta de crédito.
Por contra, «los confiados», sabiéndose confiados como eran, no accedían a dar sus tarjetas porque estaban convencidos de que, siendo confiados como son, muy probablemente les engañarían y ellos no se darían cuenta, porque su tendencia es a confiar, de modo que ni si quiera entraban muy en profundidad en hacer preguntas ni cuestionamientos, simplemente, se negaban a dar su tarjeta de crédito.
Me diréis: ¿Ves? «Piensa mal y acertarás».
Bueno, yo saco otra conclusión.
Si algo no te gusta, no te convence, no lo ves claro, no acabas de entenderlo bien o, simplemente, no quieres participar porque sabes que eres «confiado», no lo hagas.
No necesitas pensar mal de los demás, cargar con toda esa suspicacia y ansiedad, que te contaminan y envenenan; es infinitamente más interesante que pienses en ti y en cómo eres tú, de modo que hagas lo que sea mejor para ti, independientemente de lo que quieran o pretendan los demás conseguir.
Prestamos tanta atención a los demás y a sus intenciones que nos olvidamos de nosotros, de cómo somos, de qué queremos.
Entramos en auténticas labores de ardua investigación, completamente infecundas, tratando de averiguar por qué alguien está haciendo lo que está haciendo y qué pretende, que ni nos paramos a pensar en cómo lo vemos nosotros y si queremos participar en ello o no.
Como ya os expliqué en una ocasión, no necesito saber cómo se ha pinchado un neumático para poder cambiarlo.
Si, tal vez satisfaga mi curiosidad y mi interés, y me permita tener «un mapa bastante organizado» (al menos, aparentemente), por decirlo así, de qué ha ocurrido y cómo, pero ahí no estará la respuesta que estoy buscando, la que realmente necesito.
Aprender a conocernos a nosotros mismos y a entendernos, eso nos permitirá rodearnos de las personas que realmente queremos tener en nuestra vida y relacionarnos como realmente queremos relacionarnos, teniendo en nuestras vidas lo que queremos tener y a quienes queremos tener, y no necesitamos sospechar de todo el mundo ni vivir con una coraza, siempre alerta, protegiéndonos de los demás y al acecho.
Eso no es vivir, es estar en «modo combate» constantemente y no disfrutar de nada ni de nadie que pase por nuestras vidas.
Pingback: Ocúpate de las cosas según lleguen | Psicólogo Torrejón de Ardoz