Incluso cuando ya somos adultos/as.
Nuestros padres son nuestra referencia, los primeros modelos que hemos tenido en el proceso de construcción para llegar a ser las personas que somos.
Más aún, no son solo nuestros modelos, sino las primeras relaciones afectivas que tenemos en nuestras vidas.
Ellos nos cuidan, nos protegen, nos educan y enseñan.
Pero eso no lo explica todo, ¿verdad?
El ser humano quiere «agradar», está en nuestra naturaleza.
Somos «animales sociales» y vivir en sociedad implica «adecuarse», al menos hasta cierto punto, a ella.
Es uno de los motivos que «creemos» que explica por qué el «rechazo social» activa las mismas zonas cerebrales que el dolor físico. Ya que se trataría de un mecanismo que nos permitiría vivir en sociedad y, por tanto, tener más probabilidades de «sobrevivir», desde un punto de vista adaptativo.
Si alguna vez os habéis sentido «rechazadas» por vuestros padres, o «no aceptadas», sabréis lo mucho que duele, lo descorazonador que es.
El aislamiento social, como ya os explicaba, es una expresión de «rechazo social» y tiene consecuencias muy negativas en el ser humano.
No en vano, los psicólogos consideramos como signo de buen pronóstico, el que la persona tenga un amplio círculo de apoyo social.
Cuando nos sentimos «aprobadas» y «aceptadas» por nuestros padres y recibimos su apoyo, eso nos da la mayor seguridad que podáis llegar a imaginar.
¿Qué ocurre si eso no pasa o no ha pasado?
Tenemos esa sensación de «inadecuación» que nos persigue.
De no ser las personas que «deberíamos» ser.
¿Qué podemos hacer al respecto?
Restablecer el apego, restablecer el vínculo.
Sólo que esta vez, como personas adultas, se trata de reestablecer el vínculo con nosotras mismas.
¿Cómo se hace?
Es un proceso y mi recomendación es que tengáis apoyo terapéutico para ello.
Ese proceso tiene como objetivo proporcionarnos a nosotras mismas el cariño, aceptación y cuidado que necesitamos, tanto a nuestro «yo adulto» como a nuestro «yo niña».
Cuando hablábamos de qué ocurre cuando haces daño a tus hijos, ya os expliqué lo importante que es dar cariño, aceptación y comprensión a nuestros hijos e hijas.
Cada persona es distinta y tener en cuenta todas sus idiosincrasias es fundamental, y a la vez, complicadísimo.
Todos queremos lo mejor para nuestros hijos, que sean «las mejores personas» que puedan llegar a ser, y en ese camino, a veces olvidamos, que lo más importante es que sean ellos mismos y que encuentren su felicidad, no la nuestra, sino la suya, que puede ser muy distinta a la que imaginábamos para ellos.
Restablecer el vínculo entre padres e hijos también es posible, como os decía antes, es un proceso, y en este caso, uno de los más satisfactorios que se llevan a cabo en la terapia, podéis estar seguros.
Quererse a uno mismo, aceptarse tal y como se es, apoyarse a uno mismo y proporcionarse todo lo que se necesita, es el objetivo.
Se que no es fácil, se que suena hasta «raro», pero os aseguro que merece la pena, es un proceso que te hace florecer y «recomponerte» como persona, sintiendo que todas y cada una de tus partes tienen sentido y están integradas, formando y componiendo a la persona que quieres ser, que te hace sonreír y que camina el camino de su propia felicidad, dejando atrás todas esas «mochilas», que el pasado y nuestra experiencia, han puesto en nuestra espalda, como losas que nos impiden ser quienes somos por vergüenza y miedo.