Hace tiempo vi una película que se llama: «Cosas que importan«.
El título es sugerente, lo se, pero hubo una frase en concreto que me impactó.
Una hija le está contando a su madre sus problemas y mil y un avatares, confusa, debatiéndose entre opciones sin saber qué hacer, buscando el consejo sabio de su madre.
La respuesta de su madre es sencilla: «cariño, no te das cuenta de que es mucho más fácil ser feliz«.
Aún a riesgo de parecer simplista, creo que perdemos esto de vista, día tras día.
En un mundo lleno de opciones, de aventuras, de información, de posibilidades, de enfoques, de realidades… Nos perdemos.
Pensamos en los pros y contras de cada opción, tememos los riesgos que estamos asumiendo, y las opciones que no estamos eligiendo también… «Y si…» es una de nuestras frases favoritas.
Le damos mil y una vueltas, acudimos a unos y a otros para pedir consejo, buscamos un gurú, una luz en el sendero con su flecha correspondiente que nos apunte inequívocamente hacia dónde ir.
El miedo nos embarga ante los imprevistos.
¿Qué hacer?
Nos planteamos las consecuencias, ya no solo de nuestras decisiones y elecciones, sino de la cuarta derivada de esas decisiones y elecciones, y una vez más, nos perdemos.
No confiamos en nosotros mismos.
Cuando les pregunto a mis pacientes quiénes son los expertos en ellos mismos, tras dudar, me responde que su mejor amigo o amiga, su padre, su madre, su pareja… En algunos casos, los menos, me contestan que ellos mismos.
Hay un ejercicio que suelo hacer con mis pacientes que me parece muy revelador a este respecto.
¿Preparados?
Muy bien, allá vamos.
Pregúntate: ¿cuál es tu sabor de helado favorito?
¿Lo tienes?
Bien, ahora la siguiente pregunta… ¿Por qué has elegido ese?
Tal vez la respuesta a esta pregunta sea: porque es dulce, porque es sabroso, porque es original, porque me recuerda a mi infancia… Pero sólo hay una respuesta realmente reveladora a este respecto… «¡Porque me gusta!«.
Un ejercicio más…
Imagina que vas a coger tu coche, tienes muchísima prisa, vas a algún sitio por una emergencia, no puedes esperar ni demorarte. Entonces descubres que la rueda esta pinchada… ¿Qué haces?
Respuestas posibles: llamar a la grúa, pedir un taxi, coger el metro, llamar a mi vecino/a para que me lleve, etc…
La respuesta no suele ser… ¡Pararme a pensar en por qué demonios la rueda está pinchada!
Bien, en una era plagada de terapias, ejercicios de meditación e introspección, preguntándonos constantemente por qué: por qué soy así, por qué me pasa esto, por qué mi madre o mi padre han dicho o hecho tal cosa, por qué mi pareja me ha dejado o ya no me quiere, por qué, por qué; perdemos de vista que no necesitamos esa información, encontrar respuesta a esos por qués para seguir adelante con nuestra vida y ser felices.
Soy una firme defensora de la terapia y de los ejercicios de meditación e introspección (por ejemplo ahora el mindfulness que tanto esta de moda), y cualquier práctica que os ayude en vuestro propio auto-conocimiento y auto-descubrimiento, no me entendáis mal. Ahora bien, de ahí a vivir más en nuestras mentes y cabezas, presas de la montaña rusa de nuestras elucubraciones, que en el mundo real y tangible, hay una gran distancia, aunque nuestro cerebro no sepa la diferencia entre estar comiéndome un limón e imaginarme que me estoy comiendo un limón, la hay y mucha.
Piensa en qué te gusta, en qué te apetece, en que te hace feliz en este momento, y si, claro, en las consecuencias también, es más, haz un esfuerzo, entróncalo con tus valores (como propone la terapia de aceptación y compromiso), pero no te pierdas en «y si…» o en barajar millones de opciones con su correspondiente y meticuloso análisis exhaustivo.
¡Vive! ¡Disfruta!
¡Cómete un helado! ¡Cómete dos!