¿Alguna vez te has sentido así?
Cansado, agotado, hastiado, desmoralizado, desmotivado, sin fuerza,… harto.
Las responsabilidades, las obligaciones, las cosas que no salen como uno espera, las exigencias desmedidas por parte de nuestro entorno, e incluso por parte de nosotros mismos.
No en vano es una de las teorías de la depresión.
Si no hay un equilibrio entre esta parte y la parte reforzante de nuestras vidas, de ocio y cosas y actividades agradables, la persona se deprime.
Aunque influyen más factores, de hecho, la mayoría de veces no se llega a producir un «cuadro depresivo», puede que sólo tristeza o cierta «sintomatología depresiva».
La falta de motivación, hoy en día, es muy habitual, por desgracia.
Yo diría que se alternan la desmotivación y la frustración.
Hablo con pacientes, amigos, profesionales, emprendedores, y todos coincidimos en que vivimos unos momentos en los que parece que por mucho que nos esforcemos, no conseguimos los resultados que esperamos y, al mismo tiempo, nos vemos obligados a cargar con infinidad de «muertos» que tenemos que «aceptar» para tratar de mantener nuestro «estatus anterior».
Soy muy consciente de que todos podemos caer en la tentación de dejarnos caer y arrastrar y, como se suele decir, «que sea lo que Dios quiera…»
No se a vosotros, a mi no me parece la actitud, aunque lo entiendo perfectamente, porque todos necesitamos «un descanso», dejar de «luchar», aunque sea por un momento.
De hecho, como ya os he dicho en alguna ocasión: «elige tus batallas».
Creo que es infinitamente más productivo que nos planteemos una fórmula más adaptativa y optimista, pero puede que no en un primer momento.
Sabiendo qué resultados podemos esperar (una aproximación, claro está) más ajustada será la inversión que hagamos, ajustando también nuestras expectativas, permitiéndonos gestionar nuestra motivación así como nuestra frustración, pero también nuestra ilusión y esperanza.
«Pensar en positivo» tiene mucha fama, parece ser «el remedio contra todos nuestros males» y lo que se espera de nosotros, que seamos capaces de «recuperarnos de» y «adaptarnos a» todo.
Esta capacidad se llama «resiliencia».
Por supuesto que «quedarse en el pozo» no es una opción.
Pero, queridos míos, hay que «patalear», hay que sacar la rabia, la impotencia, el enfado, la ira, también la tristeza y la decepción.
Eso no se puede quedar ahí.
Nos envenena, hace que no podamos disfrutar lo que tenemos y además, nos amarga, hace que veamos el mundo y nuestra vida como una mierda, e incluso que nos sintamos terriblemente solos.
Tomar lo positivo que nos ofrece esa opción que no queremos, nos ayudará a seguir adelante.
Pero ir directamente a este paso, sin haber sentido el dolor y haberlo expresado y sacado, no nos va a ayudar.
Se que es desagradable, que ninguno de nosotros quiere sentirse así, pero eso no cambia que lo sintamos, y que esté ahí.
Mirar para otro lado es tentador, pero las consecuencias pueden ser más perjudiciales que beneficiosas.
Ya que tener un incendio delante de nosotros, y mirar para otro lado, no hace que el incendio se apague, sino que lo consuma todo.
Tómate tiempo para experimentar el dolor, la rabia, la frustración, la impotencia, todo eso, todas y cada una de esas cosas que hacen que quieras «mandarlo todo a hacer puñetas».
¡Suéltalo!
Apóyate en las personas que te quieren, deja que te abracen, que te escuchen, que te consuelen y si, también, que «te aguanten».
Ellos quieren hacerlo y tú lo necesitas.
Compartir la carga te va a ayudar, no lo dudes ni por un segundo, te dará fuerza y también te recordará que no estás solo, te unirá aún más a esas personas que te quieren.
Recuérdate a ti mismo que son fases, son rachas, más o menos largas, pero pasan.
La clave es perseverar, no rendirse y tener paciencia, dejar que todo fluya y tomar todo lo que te beneficie de la experiencia y, siempre, seguir adelante.
Si ves que te quedas estancado en ese torrente de emociones desagradables que casi ni te dejan respirar, no dudes en pedir ayuda, podemos ayudarte.