Intentar «arreglarlo» todo

Es lo que «hay que hacer»… ¿O tal vez no?

Nos educan para ser resolutivos/as, proactivos/as, «solucionadores/as profesionales».
Es lo que está «bien visto», es lo que se espera de nosotros y nosotras.

Sin embargo, hay cosas, hay situaciones, que por mucho empeño que le pongamos, «no tienen solución», porque no se trata de «arreglarlo».

Si me ha pasado algo, como perder mi empleo o a un ser querido, voy a estar triste, pero es que «es lo que toca», es lo más adaptativo y lo que necesito en ese momento, estar triste.
No hay nada que «solucionar».
Simplemente (casi nada) hay que pasarlo.

Las emociones que consideramos «desagradables» o «negativas», suelen aparecer y estar ahí, por un motivo, aunque no nos gusten un pelo.
El motivo no es otro que darnos la oportunidad de superarlo, aprender de ello y cambiar para adaptarnos a la nueva situación que se nos plantea.
Tratar de sentirnos de otra manera, haciendo una especie de «alquimia», en un intento de «querer arreglar las cosas», en este caso, sólo empeora la situación.

Si yo estoy triste porque mi relación de pareja se ha acabado y «salto a los brazos» de otra persona, es cierto que «parecerá que el vendaval arrecia», que ya no todo es tan horrible y que he conseguido «superar el bache».
Pero lo que estaré haciendo, en realidad, será retrasar el duelo, postergarlo pero, inevitablemente, y más tarde o más temprano, llegará, porque la tristeza, así como la rabia, son dos emociones que necesitamos sentir para procesar lo que ha ocurrido y realmente poder seguir adelante con nuestras vidas.
Al retrasar el proceso, lo único que conseguiré será empeorarlo, hacerlo más difícil de gestionar, incluso pudiendo llegar a cronificarse.

Pero no sólo tratamos de «arreglar» cómo nos sentimos, puede que también a los demás e incluso a nosotros mismos.

Las mujeres tenemos «fama» de querer cambiar a los hombres (aunque lo cierto es que no es terreno exclusivo de las mujeres), más aún, a veces nos embarcamos en una especie de «cruzada» por «arreglar» a esa otra persona, como si fuera un «juguete roto».
Cuando lo que subyace es que pretendemos que esa persona se convierta en otra persona, una persona que no es.

Pararos a pensarlo un momento.
¿Cómo creéis que se sentirá la otra persona, sabiendo que no la aceptamos ni respetamos, tal y como es?
¿Cómo nos sentiremos nosotros al no conseguir lo que pretendemos y buscamos?

Frustración, dolor y decepción, se combinan y entremezclan.

Recuerdo ahora la película, «Cuando un hombre ama a una mujer», y unas palabras que decían algo así como:
«¡Deja de intentar arreglarme! ¡No se está arreglando!».

Se que en la mayoría de ocasiones, nuestro «interés» por «arreglar las cosas» es sincero y bien intencionado, buscamos nuestra felicidad y progreso, y también el de la otra persona, sin embargo…

Hay cosas que no se tienen que arreglar, sino respetar y aceptar, tal y como son, y las personas son, diría yo, las más importantes.

A veces, hay personas que acuden a terapia para intentar «transformarse», en una especie de «metamorfosis», en «otras personas».
Y yo siempre repito lo mismo:
«No se trata de que te conviertas en otra persona, se trata de aprender a gestionar lo que necesitas gestionar, de cambiar lo que quieres cambiar, y de aceptarte tal y como eres, con tus luces y tus sombras«.

Y no hablo sólo de personas.
En Grecia, por ejemplo, existe una ley que regula que las ruinas sólo pueden reconstruirse hasta un porcentaje, no más.

¿Y si las «cosas» están bien tal y como están, tal y como son?

El dicho reza: «si no está roto, no lo arregles«.

¿Y si nos equivocamos al suponer que «está roto»?
Incluso os diría: ¿y si no arreglamos lo que «está roto»?

Porque me planteo que, tal vez, en ese afán de «arreglarlo todo», es posible que estemos pretendiendo que, en realidad, las cosas sean distintas de como son, que las personas sean alguien que no son, sin tener en cuenta su esencia y su natural evolución.

Una vez más, las cosas son como son, no como me gustaría.

¿Qué arreglar y qué dejar tal y como está?
¿Dónde está el límite?

Lo pone cada uno, eso está claro.

Pero quiero que os planteéis una cosa.
En ese proceso de «arreglar», de cambiar, el resultado está siendo:

¿Frustración, dolor, impotencia, sentimientos de ser inapropiado, de estar mal tal y como se es, presión para convertirse en alguien diferente, no aceptación, rabia, ira, desesperanza, decepción?

O bien: ¿satisfacción, alegría, entusiasmo, ilusión, sensación de capacidad y fortaleza, de optimismo y esperanza, orgullo, decisión?

A mi mente viene ahora la que ya os he nombrado en otra ocasión, la Oración de la Serenidad:

Señor (Dios, Alá, Buda, Universo,…), concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar,

valor (fortaleza) para cambiar las que puedo cambiar

y sabiduría para reconocer (entender) la diferencia”.

Acerca de Cristina

Psicóloga Colegiada Torrejón de Ardoz
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