¿Por qué hay personas que cambian de opinión «cada 5 minutos»?

Se debe a un estilo cognitivo que en psicología denominamos «Impulsividad«.

Según la Wikipedia:
«Es la predisposición a reaccionar de forma inesperada, rápida, y desmedida ante una situación externa que puede resultar amenazante, o ante un estímulo interno propio del individuo, sin tener una reflexión previa ni tomar en cuenta las consecuencias que pueden provocar sus actos.»

¿Cómo podemos identificar a una persona impulsiva?
Hoy quiere esto, mañana aquello.
Hoy te dice que no va a renunciar a ti, unos días después te dice «adiós».
Hoy hace planes de futuro contigo, a los dos días los cancela por otros.
Hoy te da seguridad, mañana te la quita.
Hoy está seguro/a de lo que está haciendo, mañana cree que es un error y se ha equivocado.

Por supuesto que todos/as tenemos derecho a cambiar de opinión.
Pero, en este caso, no se trata de eso.

Desde fuera, parece que estas personas realmente «no saben lo que quieren», pero pudiéramos llegar a la conclusión incluso de que «están jugando con nosotros/as», «nos están mareando», «nos están utilizando» o «tienen otro interés en nosotros/as más allá de nosotros/as mismos/as».

Sin embargo, la realidad es más profunda de lo que parece.
La mayoría de ellas, te puedo decir que, no quieren hacerte daño, ni por lo más remoto, te pedirán perdón y realmente lo sentirán en el alma, de hecho puede que te quieran muchísimo, con todo su corazón incluso, y ellos/as mismos/as estarán destrozados/as por el daño que te están causando y se están causando a si mismos/as.
Tal vez tú no las creas, pero no tienes ni idea de con qué están lidiando.

La persona impulsiva tiene una lucha interna brutal entre:
Lo que quiere, lo que necesita y lo que es mejor para él/ella.
En términos de la Psicología Transaccional: su «yo niño/a», su «yo padre» y su «yo adulto/a».

En realidad, todos/as tenemos está lucha, en cierto modo, en más de una ocasión, casi os diría constantemente en nuestras vidas, sólo que según cuál sea la «parte dominante» nos encontraremos en equilibrio como tendencia habitual o no.

Nuestro/a «yo niño/a» representa nuestros deseos, nuestros anhelos,… Un/a niño/a ahora quiere pizza, en cinco minutos chuches, y dentro de tres un helado…
Lo quiere «todo» y lo quiere ya, y ese «todo» cambia a cada momento.
¿Y qué pasa si no consigue lo que quiere?
Pues que tiene una pataleta monumental, rebota contra las paredes, dice cualquier cosa, en cualquier momento y situación. Ya que un/a niño/a no entiende de normas sociales, no tiene en cuenta las consecuencias ni las implicaciones, no negocia, ni razona, ni planea.
Como os decía: «lo quiere todo y lo quiere ya», lo demás no importa.

Nuestro «yo padre» (se identifica con el padre porque suele representar la «figura de autoridad», pero puede variar según los casos) representa las obligaciones, las responsabilidades, las normas, la «moralidad». Es esa parte de nosotros/as que nos «machaca con lo que «tenemos» que hacer» y podemos identificarlo con frases que contienen: «debería…», «mi deber es…», «lo que tengo que hacer…», «es culpa mía que…», «debo hacer lo correcto», «tengo que hacer esto, porque es lo que hay que hacer»,…
Esta parte de nosotros/as es estricta, es autoritaria, a veces incluso intimidatoria, nos amenaza con los «castigos de infierno» y las «torturas del alma y la moral».
Esta parte tiene muy claro «lo que está bien» y «lo que está mal», «lo que se debe hacer» y «lo que no».
¿Su forma de conseguirlo?
Tiene mucho que ver con cómo nos hayan educado y los «métodos» que hayan utilizado.
Algunos de estos métodos (sobre todo en el caso que nos ocupa) son «coercitivos», no tiene por qué suponer gritos ni voces, a veces es la manipulación emocional, lo que podéis estar seguros es que contienen altas dosis de culpa.

Nuestro «yo adulto/a» es el que media entre las dos partes, escuchando a ambas, es la tercera parte que pone paz, busca soluciones, es la encargada de encontrar un equilibrio entre las partes y llegar a un acuerdo, a un consenso, de modo que recibamos lo que queremos y lo que necesitamos, consiguiendo lo mejor para nosotros/as. Es, en realidad, la parte que realmente «cuida» de nosotros/as y la que tenemos que desarrollar y «educar» según nos vamos haciendo adultos/as y, por tanto, responsables de nosotros/as mismos/as.

Repasado esto, volvamos al comienzo.
En el caso de las personas impulsivas, podremos ver con mucha claridad, que sus decisiones, sus actos y sus palabras estarán muy condicionados por qué parte de sí mismos/as está «al mando» en ese momento, aunque ellos/as no sean conscientes de este hecho.

Las personas impulsivas buscan el equilibrio, la estabilidad, por todos los medios, porque ellos/as mismos/as están exhaustos de la «montaña rusa emocional» en la que se ven inmersos.
Es por este motivo que, aunque parezca paradójico, muchas personas impulsivas son además personas muy «controladoras», en un esfuerzo casi inhumano de conseguir la previsibilidad, estabilidad, organización y orden que en realidad no tienen en sus vidas y que tanto ansían.
De este modo, la impulsividad tendría que ver con su «yo niño/a» y el control con su «yo padre».

Pero ninguna de estas dos «estrategias» (por llamarlo así) funcionan.

Porque lo que en realidad necesita la persona impulsiva no es «controlar más».
Pueden tener un trabajo o profesión estable, una relación de pareja de muchos años e incluso hijos/as (que son para toda la vida), casa/s, coche/s,… Nada de todo eso les da la estabilidad ni la felicidad que buscan, y no entienden por qué si, de hecho, «parece que lo tienen todo».
El auténtico reto para la persona impulsiva es entender cómo y dónde conseguir su anhelada estabilidad y felicidad, porque no está fuera.
Ya que está no reside, ni más ni menos, que en sí mismos.

Hasta que la persona impulsiva no sea capaz de escuchar a sus dos partes en conflicto, y nutrir y escuchar a su «yo adulto/a» para que medie entre ellas y sea la que tome decisiones, irá saltando de un modo a otro, según el momento.
Ya que, si sólo escuchamos a nuestro «yo niño/a» nos meteremos en unos «líos de campeonato», haremos daño a otras personas, iremos como «pollos sin cabeza», en un rapto hedonista y «descontrolado», es cierto que «tendremos lo que queremos en el momento que lo queremos», aparentemente, pero pagaremos un precio altísimo, que nos pesará enormemente.
Si sólo escuchamos a nuestro «yo padre» llevaremos una vida «recta e impecable», pero con un peso sobre los hombros y el pecho que no nos dejará ponernos en pie ni respirar. Nuestra vida nos parecerá vacía, una tortura de a quién complacer y de quién o qué hacernos cargo, sólo habrá obligaciones y responsabilidades, cero diversión y esparcimiento, más aún, nadie se estará «encargando» de nuestras propias necesidades, anhelos y deseos.

Y lo curioso de esto, por decirlo así, es que cuando hemos pasado mucho tiempo atendiendo a nuestro «yo niño/a», saltaremos a un «yo padre» férreo, intransigente e inflexible, en un intento de «controlar los daños», del mismo modo que cuando hemos pasado mucho tiempo atendiendo a nuestro «yo padre», saltaremos a un «yo niño/a» totalmente descontrolado/a, caprichoso/a y anárquico, en un intento de «hacernos felices».

Como ya os decía, ninguna de esas fórmulas funciona a largo plazo, y la «montaña rusa» se hace cada vez más «peligrosa», con más consecuencias, con más implicaciones, con más daños a sus espaldas.

Si tú te sientes identificado/a con todo esto, por mucho que te cabree y te duela, seguramente ahora (si no lo habías hecho ya antes) te estés dando cuenta de qué es lo que realmente te pasa, y por qué en ocasiones «no eres capaz de controlarte», cuando quieres realmente hacerlo, y por qué «no consigues lo que quieres», aunque realmente lo desees con toda tu alma, más aún, por qué tienes «problemas» en tus relaciones, por qué has hecho daño a personas a las que realmente querías y por qué los demás tienen la imagen que tienen de ti, muy contrapuesta en determinadas ocasiones y según de que se trate (no suele ser en todas las áreas de la vida), pero con la resultante de que les cueste confiar en ti o «comprometerse por completo» contigo porque se dan cuenta de que ni tú mismo/a sabes lo que quieres, porque estás en lucha, estás en conflicto, contigo mismo/a.

Si tu caso es que te encuentras en una relación o cerca de una persona impulsiva, tenga el papel que tenga en tu vida, lo que te puedo decir es que no hay nada que puedas hacer o decir.
No importa la «seguridad» o el apoyo o los consejos que le des a esa persona, lo mucho que la quieras, la «paciencia» que tengas, lo disponible y a su lado que estés, lo mucho que sofoques, extintor en mano, los «fuegos de sus dramas», lo que atiendas sus necesidades y complazcas sus deseos, lo que te comprometas con ella, lo mucho que la escuches y entiendas, ni el amor que le des, por mucho que quieras hacer todas y cada una de esas cosas, de corazón, con toda tu entrega y amor; hasta que no resuelva el «quilombo» que tiene montado, nada, absolutamente nada, podrá cambiar las cosas, sólo esa persona puede hacerlo, por mucho que te duela y entristezca.
Esto es una explicación, no una justificación, y se muy bien que no cambia lo que está pasando, ni cómo te estás sintiendo, pero espero que te ayude a «encajar» las piezas para poder seguir con tu vida y ser feliz, y que, en el caso de que esa persona «vuelva a tu vida», una vez haya resuelto todo lo que necesita resolver, si la sigues amando y decides hacerlo, puedas llegar a perdonarla y tener un futuro juntos/as, en la forma que sea.

Acerca de Cristina

Psicóloga Colegiada Torrejón de Ardoz
Esta entrada fue publicada en Mujeres, Pareja, Psicología, Sabías que... y etiquetada , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , . Guarda el enlace permanente.