Significa abrazar lo que ha ocurrido y ocurre, sin luchar contra ello, sin revelarse, sin enfurecerse, simplemente dejando que esté ahí y actuando en consecuencia.
He buscado definiciones pero no me han convencido, así que ahí os esbozo la mía y os la explico a continuación.
Hay muchas, muchísimas cosas que nos cuesta aceptar:
Que no me han dado el trabajo o puesto que yo quería, que mi pareja ya no quiere seguir a mi lado, que no consigo perder peso, que no aprendo todo lo rápido que me gustaría, que mi casa no me gusta, que mi madre o mi padre no son como a mi me gustaría, o que no me entienden y quieren tal y como soy, que por mucho que me esfuerce no recuperaré la silueta de cuando tenía 20 años, o el trabajo que tenía hace 10 o a la pareja que me dejó…
En general, podemos decir que son cosas que han ocurrido u ocurren y yo no quería que pasaran o que pasen.
Mi mente se esfuerza por encontrar «la solución», dando por hecho que depende de mi, y en muchas ocasiones, lo cierto es que, no lo hace.
A pesar de todo, y al menos durante un tiempo, tratamos de cambiar nuestro pasado y nuestro hipotético futuro, con todo nuestro ahínco, en un esfuerzo casi sobrehumano de no sentir tanto dolor.
Cuando una persona acepta cualquiera de estas situaciones, no se desespera pensando en qué pasará, en cómo cambiarlo, trazando estrategias, orquestando la construcción de todo un castillo de naipes que arme la alternativa que persigue y la haga más factible.
Más aún, no se sorprende, no se vuelve a enfadar por lo que ha pasado, una vez más, porque al aceptar que las cosas son como son, ya sabe que volverá a ocurrir, que de hecho iba a ocurrir.
Aceptar no es resignarse.
La resignación implica desazón, dolor.
Nos resignamos porque «no nos queda más remedio», pero la pena sigue ahí, así que, en cierto modo, la lucha sigue abierta porque nuestro «equilibrio» aún no se ha restituido.
La aceptación no es una cuestión de todo o nada.
Creo que más bien es un proceso, como ocurre con el duelo.
Puedes aceptar unas partes y no otras.
Puedes aceptar que no vas a perder peso, pero no aceptar tu cuerpo tal y como es.
Puedes aceptar que alguien se ha ido, pero no que no volverás a ver a ese alguien.
La aceptación es otra de esas cosas que aprender en la vida, nos guste o no.
Porque no aceptar las cosas implica vivir anclado en el pasado, sufriendo por un incierto futuro, que auguramos desastroso.
Aceptar nos libera.
No aceptar nos deja anclados en el dolor y el sufrimiento.
Entonces, ¿por qué hay algunas cosas que nos cuesta tanto aceptar?
Bueno, puede que aún no estemos preparados/as y aún nos quede dolor que sentir, puede que en realidad aún no sea el final y nos estemos «obligando» a aceptar lo que ni si quiera ha ocurrido aún, puede que sea tan doloroso y desgarrador que pensemos que aceptarlo le quita, en cierto modo, sentido a nuestras vidas, puede que no queramos dejar atrás lo que conlleva dejar atrás la aceptación de lo ocurrido, puede que simplemente tengamos una «pataleta monumental»,…
Por un lado, anhelamos tener algo en lo que creer, porque nos parece casi imposible creer, por eso…, por otro lado, nos cuesta mucho creer, será también por eso que tanto lo anhelamos.
Tener esperanza implica «esperar».
Las tradiciones budista e hinduista te dirán que lo mejor es «no esperar nada» para que así no crezcan en ti la frustración, la desesperanza, la rabia, el dolor,…
Yo, la verdad, no tengo claro hasta qué punto esto es así.
Porque si no esperamos nada, si no tenemos esperanza, hasta cierto punto, ¿para qué seguir?
Yo elijo creer que las cosas mejorarán, por «encabronadas» que puedan llegar a estar en este momento.
Por supuesto que no se qué va a pasar y que no tengo ninguna garantía de que vayan a mejorar.
¿Pero es que acaso pensar lo contrario me va a ayudar más?
Hace ya tiempo entendí, que la vida es justo tal y como nosotros/as queramos que sea.
Me explico.
Las cosas son, ocurren, suceden, eso es innegable.
Ahora bien, cómo me las tome yo y que haga con ellas será lo que determine mi vida y mi camino por ella, no los hechos en sí mismos.
Puedo vivir mi vida con aceptación y el corazón abierto, a lo que la vida me depare, con alegría y esperanza, con amor y optimismo, aunque la vida, en este momento, no me esté devolviendo esto mismo, o puedo vivir mi vida con frustración y mi corazón cerrado, con suspicacia y temor, con rabia u odio y pesimismo.
Pero, al final, y me lo tome como me lo tome, si algo terrible o algo maravilloso va a ocurrir, ocurrirá igualmente.
La diferencia es que hasta que ese momento llegue, yo habré vivido con ilusión y alegría, o con tristeza y angustia.
Pingback: La Libertad y El Destino | Psicólogo Torrejón de Ardoz
Pingback: Rebelarse | Psicólogo Torrejón de Ardoz