¿A partir de qué punto dejas de madurar…?

¿… y empiezas a «pudrirte»?

¿Por qué digo eso?

Porque me planteo:
¿Hasta que punto madurar implica perder la ilusión?

Se espera de nosotros que seamos responsables, sabios, que hagamos lo correcto, que tengamos recursos para enfrentar lo que sea y que seamos ecuánimes incluso.
Y, según avanzamos en edad, cada vez más.

¡Que presión!

Intentamos ser «todopoderosos» y «estar a la altura» en cualquier circunstancia, aunque no sea realista, ni saludable para nosotros mismos.

Madurar no es saberlo ni poderlo todo.

Madurar implica hacerse responsable de sí mismo, y eso significa, entre otras cosas, aprender a pedir ayuda, saber en quién apoyarse y cuándo, conocerse a uno mismo y saber dónde están los propios límites.

En cierto modo, «lo que se espera de nosotros», teniendo en cuenta que no somos «impermeables» a las «expectativas» de los demás, es una de las motivaciones que nos empuja y determina a la hora de tomar decisiones e ir por la vida, buscando conseguir «la aprobación» de los demás.

Sin embargo, cada uno tiene que encontrar su camino a la felicidad, su manera de hacer las cosas, sentar sus propias expectativas de qué espera de si mismo y qué es lo quiere.
Si no es así, inevitablemente, te encuentras perdido, te sientes presionado y confundido, insatisfecho.

Hay momentos de la vida en que, te paras a pensar sobre tu vida y en qué quieres de ella.

A veces ese momento llega en lo que se considera, «la mitad del camino», aunque en realidad, puede ocurrir en cualquier momento de nuestras vidas.

Sea cuando sea, con 20 o con 40 o incluso con 60 años, creemos tener una imagen muy clara de «cómo son las cosas» y de «qué esperar».
Creyendo, en mi opinión equivocadamente, que «estamos de vuelta de todo», que ya nada nos sorprende, ni nos va a sorprender, y que «no esperamos nada de nadie».

Una vez más, la vida nos mostrará, más tarde o más temprano, que las cosas no son «blancas» o «negras» que, de hecho, hay una «escala de grises» mucho más compleja que todo eso.

Una posible consecuencia de ese «modo de pensar», de ese creer que la vida ya no puede sorprenderte y que, más o menos, ya «lo has vivido todo», es preguntarse:
¿Para qué seguir «esforzándose» ni lo más mínimo?

Creo que, en algún momento, a todos nos has pasado, hemos pensado y sentido que ya sabemos cómo son las cosas y cómo van a ser, y nos sentimos abatidos, decepcionados, desilusionados, sin fuerzas ni energías para seguir.
No esperamos nada de la vida ni de los demás.
Y, simplemente, nos dejamos «arrastrar».

Este concepto, es psicología, se conoce como «indefensión aprendida», y es una de las teorías que explica la depresión.

Sin embargo, la vida siempre te sorprende, y las personas, aún más, sobre todo, cuando menos lo esperas y más lo necesitas.

La ilusión, como la esperanza, puede que no tengan ninguna base objetiva y empírica contrastable, pero lo que es seguro es que, psicológicamente, nos permiten y ayudan a vivir la vida de otra manera, más alegre, más entusiasta, más activa, más satisfactoria, más feliz, en definitiva.

No importa lo mucho que madures.
No importa lo mucho que creas saber de la vida y de los demás.
No importa lo mucho que hayas vivido, visto y conocido.
No importa lo mucho que creas que la vida ya no puede sorprenderte.

Si quieres vivir la vida.
Si quieres disfrutar la vida.
Si quieres ser feliz.

Pon tu contador a cero.
Toma cada oportunidad que se te presente.
Abre los ojos y los brazos a cada nuevo aprendizaje, a cada nueva experiencia que el universo te brinde, con entusiasmo, como cuando un niño abre un regalo porque, de hecho lo es.
Valora las pequeñas cosas, los pequeños gestos, hay amor y belleza en cada uno de ellos.
Y cuando creas que no puedes hacer nada, simplemente, tómate tu tiempo, espera a que las circunstancias sean más favorables, y entonces, actúa.

Siempre hay algo que puedes hacer y cambiar, y es, tu actitud.

Acerca de Cristina

Psicóloga Colegiada Torrejón de Ardoz
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