Simplemente, no había encontrado su lugar.
Se suele decir que:
«Sobre gustos, no hay nada escrito«.
Y que: «Para gustos, colores«.
Y es totalmente cierto.
Nos empeñamos en encajar en un determinado modelo de «lo bonito», «lo deseable», «lo atractivo» y/o «lo bueno», pero muchas veces no lo conseguimos.
¿Por qué?
Más aún, ¿por qué esa obsesión de encajar en los modelos establecidos por otros/as?
A todos/as nos gusta gustar.
Todos/as, en cierto modo, queremos ser populares, queremos ser guapos/as, atractivos/as, buenos/as, listos/as,…
Tener reconocimiento, éxito, y eso, entre otras cosas, se supone que pasa por: tener muchos/as amigos/as, pareja, hijos/as, amigos/as en el trabajo, en el vecindario… Casi en todas partes.
Somos «animales sociales», estamos «programados» para vivir en sociedad, lo cual, bien pensado, es muy lógico, teniendo en cuenta que eso «garantiza» una mayor probabilidad de supervivencia y de perpetuación de nuestra especie.
Por eso, nuestra «tendencia general» es a relacionarnos, a vincularnos con los/as demás y a querer gustar a los demás, llegando, por momentos, a buscarlo y desearlo con todas nuestras fuerzas, por encima incluso de otras «necesidades básicas».
Dicho todo esto, si ese relacionarnos y vincularnos, ese tener éxito, gustar y ser socialmente reconocidos, pasa por dejar de ser uno/a mismo/a, no va a funcionar.
El patito feo se sentía fuera de lugar, no encajaba, y además, era «feo».
Las etiquetas, las valoraciones, pueden ser muy crueles, sobre todo cuando damos por sentado que son «hechos incontestables», «realidades inmutables».
Ser «diferente» (entiéndase por diferente, salirse de los cánones establecidos) es muy duro, muy difícil, imprevisible, solitario a veces, aterrador por momentos.
Te puede hacer dudar de ti mismo/a, llegando incluso a la conclusión de que estás equivocado/a, que no «está bien» como eres, que tienes que cambiar y «adaptarte» a lo que la sociedad y los demás, esperan de ti, en definitiva, convertirte en una persona que no eres, cuestionándote a ti mismo/a de una forma muy, muy dolorosa.
Cuando andas un camino para el que no hay mapa ni hoja de ruta establecida, puedes sentirte perdido/a, desorientado/a, confundido/a, equivocado/a, más aún, fracasado/a.
Lo fácil que sería seguir el camino que sigue la mayoría de la gente, ¿verdad?
Pero entonces, ¿por qué no lo hacemos?
¿Qué pasa con nosotros/as?
Pues pasa que no es nuestro camino, que no nos sentimos identificados/as con él, ni motivados/as por él.
Ver las cosas de forma diferente, entenderlas de forma diferente, ser «diferente», en definitiva, es un regalo.
Un «regalo extraño», si me permitís la coletilla.
Extraño porque nadie quisiera sentirse fuera de lugar y perdido/a.
Sin embargo, es muy improbable (por no decir imposible), que consigamos resultados diferentes, haciendo las cosas de la misma manera (ya lo decía Einstein).
Las personas que quieren una vida extraordinaria, saben que es su responsabilidad y su privilegio encontrar su propio camino, y que por mucho que puedan llegar a aprender del camino de los demás, eso no cambiará el hecho de que necesitan sus propias respuestas.
Ya hablé de encontrar nuestro lugar en el mundo.
Aquí quiero hacer hincapié en el hecho de que nuestro hogar está donde nosotros/as estemos.
Difícilmente encontraremos nuestro lugar en el mundo si estamos perdidos/as en nosotros/as mismos/as.
Tomar como referencia a los demás es tentador, pero muchas veces un error.
Al fin y al cabo, compararnos sólo va a dejar «vencedores» y «vencidos».
Todos/as, en algún momento, buscamos modelos, que nos inspiren, que nos guíen, en ocasiones, que abran nuestra mente a otras posibilidades, a otras realidades, a otras opciones.
La inspiración se encuentra en cualquier lugar, de hecho, en los lugares más insospechados.
Una película, una canción, una fotografía, una historia, un cuento, una fábula, una reflexión, una frase, una entrada de Facebook o de Twitter, un momento de «comprensión súbita», un encuentro inesperado, una persona con una visión de la vida distinta a la tuya,…
Sólo si «nuestra mente está en calma», centrada, ubicada en el presente, en el aquí y el ahora, la información fluirá, las respuestas se nos rebelarán, para darnos cuenta de que, en realidad, siempre han estado ahí, es sólo que no las veíamos, tal vez porque aún no estábamos preparados, tal vez porque estábamos mirando en el lugar «equivocado».
Todos/as podemos ser «patitos feos» o, al menos, sentirnos así, en algún momento de nuestras vidas.
¡¡¡No-pasa-nada!!!
Es más, os diría que eso significa que estáis siendo vosotros/as mismos/as, nadie más. ¡Bien por vosotros/as! ¡Ese es el camino!
No hay un molde con el que nos hayan hecho a todos/as y cada uno/a de nosotros/as, somos variados, somos diversos, todos/as, en realidad, somos diferentes.
Todos somos «patitos feos» y al mismo tiempo «cisnes».
Depende de quién nos mire, depende de quién nos escuche.
Podría deciros que lo más fundamental es cómo nos miremos nosotros/as mismos/as y cómo nos escuchemos pero, aunque en cierto modo es cierto, sería sólo parte de la realidad.
Cómo nos miren los demás y cómo nos escuchen, nos va a afectar, en unos casos más, en otros menos, pero no hay que despreciar el hecho de que no somos totalmente «impermeables» a lo que piensen los demás, máxime aún, lo que piensan las personas a las que queremos.
Por muy seguros o seguras que estemos de nosotros/as mismos/as, si lo que nos «devuelven» las personas a las que queremos es la imagen de «patito feo», una parte de nosotros/as, más o menos grande, lo creerá.
Al fin y al cabo, todos/as buscamos aceptación y aprobación.
Sin embargo, es conveniente que tengamos en cuenta que lo que una persona piensa respecto a nosotros/as está directamente influenciado por y relacionado con sus gustos, sus experiencias, sus creencias, sus prejuicios incluso.
Lo que una persona piensa, habla de ella, no de nosotros/as.
Es por este motivo, que tal vez nunca llegue a «comprendernos del todo» o a aceptarnos del todo o a aprobarnos del todo, no porque algo en nosotros esté «mal», sino porque su criterio es otro.
Ser conscientes, por tanto, de nuestro lado «patito feo» nos da una ventaja, una ventaja significativa, ya que nos ayuda a entender mejor a los demás, nos ayuda a entender mejor el mundo y cómo funciona, y nos brinda la posibilidad de hacer de este mundo, un lugar mejor, al comprender que, la diversidad, la diferencia, es precisamente la norma y no la excepción, es algo con lo que tenemos que aprender a vivir y aprender a gestionar, así como aprender a valorar y respetar.
Todos nos beneficiamos de las diferencias, de una manera u otra.
El sufrimiento que conlleva sentirse diferente y llegar a la conclusión de que eso es «malo» es completamente innecesario.
Ser diferente, como ser sensible, es una fortaleza, no una debilidad, ya que amplia nuestra mente, nuestro mundo, nuestra realidad, conectando con lo más sublime que tiene el ser humano, que es capaz de los actos y gestos de amor más extraordinarios de este mundo.
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