Llevar una «dieta saludable», no es hacer dieta.
Es «alimentarse con sentido y proporción, cariño, respeto y cuidado».
No voy a insistir en lo que seguramente ya habréis encontrado en la hoja magistralmente confeccionada y automáticamente sacada por vuestro/a endocrino/a del cajón de los horrores y la despersonalización.
Con que paséis por eso una vez, ya es más que suficiente.
En este artículo os voy a dar pautas muy concretas para organizaros las comidas, haciendo hincapié en una perspectiva psicológica, no nutricional.
Recordar: buscamos ponérnoslo fácil, tener éxito y tratarnos con cariño, cuidado, respeto e incluso mimo.
Así que nada de «dietas infierno«, «autoflagelaciones«, ni «absurdos e innecesarios sacrificios titánicos«.
- Hacer el menú de la semana, por ejemplo el viernes.
Dejarlo por escrito e incluir también la media mañana y la merienda (tal vez os parezca excesivo, pero luego os explicaré por qué os va a beneficiar).
Para ello podéis utilizar algún libro de recetas (a mi me encantan) o buscar en internet las que mejor se ajusten a vuestros gustos.
Sea como sea, hacerlo siempre después de haber comido, no antes. - Con el menú hecho, ir a la nevera y a la despensa, y apuntar todo lo que necesitéis para poder preparar el menú.
Esa va a ser vuestra «lista de la compra». - Al día siguiente (y que sea al día siguiente también tiene su razón de ser), ir a hacer la compra, de esos productos que habéis apuntado, no otros.
Una vez más, procurar hacerlo con el estómago lleno. - Cuando lleguéis a casa con la compra, lo primero que os recomiendo hacer es coger una pieza de fruta (bien del frigorífico, de la bolsa de la compra o del frutero), y comérosla antes de empezar a colocar la compra.
Creerme, os va a venir fenomenal, porque a estar alturas es muy posible que ya estéis salivando como «los perros de Paulov». - Si habéis comprado más de lo previsto (todo puede pasar), a la hora de guardarlo en el congelador, hacerlo en paquetes individuales, con raciones individuales.
- Al día siguiente, una vez más (ya vamos por el domingo), reservaros entre 2-4 horas para cocinar el menú de toda la semana.
Se que tal vez os parezca mucho, pero os aseguro que la inversión merece la pena, y además los alimentos aguantarán perfectamente. - Una vez lo tengáis cocinado, repartir lo cocinado en recipientes individuales.
No importa que comáis en casa o en la oficina, hacerlo igualmente. - ¡Ya lo tenéis listo!
Ahora coger cada recipiente y a la nevera 😉
Ahora os voy a explicar los beneficios de hacerlo así:
- Al hacerlo en varios días, no estamos pensando durante horas y horas en: comida, comida, comida.
De esta manera, nuestro «deseo» por la comida y nuestras ganas de comer, no son las que toman las decisiones. - De esta misma manera, recuperamos la «sensación subjetiva de control» sobre la comida y nuestra alimentación, además de la satisfacción de saber que estamos cuidando de nosotros mismos y haciendo algo por nosotros mismos, por nuestro bienestar, por nuestra plenitud, favoreciendo y alimentando nuestra autoestima, y la relación con nosotros mismos, la más importante que vamos a tener, en toda nuestra vida.
- La recomendación de procurar hacerlo todo con el estómago lleno es para que completemos todas las acciones sin hambre, de modo que tampoco interfiera en lo que estamos haciendo.
- Al programar todas las comidas, no nos paramos a pensar en: ¿qué me apetece?, o en: ¿cuánta hambre tengo?
Simplemente comeremos lo que tenemos previsto, y como lo hemos planificado antes, teniendo en cuenta nuestras necesidades nutricionales y calóricas diarias.
De esta manera, sabremos que estamos aportando a nuestro cuerpo justo lo que necesita, ni más, ni menos, no en función de nuestro estado anímico concreto del momento. - Tener las raciones calculadas también nos ayuda a esto mismo, a no comer demás, ni de menos tampoco.
Si, a pesar de todas estas recomendaciones, ves que te cuesta organizarte la comida, y que tu «deseo» por la comida o las ganas que tienes de comer, te están ganando la partida, no lo dudes, pídenos asesoramiento.