Es algo que todos/as, en algún momento, lo busquemos o no, vamos a hacer.
Las reglas de la sociedad, de nuestra comunidad, de lo que se espera de un hombre, de lo que se espera de una mujer, incluso nuestras propias reglas, que son las que más «duelen», por decirlo así.
Porque cuando rompemos las reglas, lo que nos encontramos es incertidumbre (la emoción que peor gestiona el ser humano), en otras palabras, salimos de la nuestra zona de confort.
Pero, como dicen en la película «Bajo el Sol de la Toscana»: ¿No son las «malas ideas» las mejores?
La flexibilidad psicológica es uno de los objetivos fundamentales de la terapia, a demás de uno de los mejores indicadores de salud mental.
Desde un punto de vista psicológico, por tanto, todo lo que amplíe nuestra experiencia y nuestra concepción de las cosas y de nosotros/as mismos/as, contribuye a nuestro bienestar.
¿Dónde está el límite?
Yo os diría que lo iréis descubriendo a cada momento, sobre la marcha.
De la misma manera que los/as niños/as van formando su personalidad y componen sus repertorios conductuales «probando sus límites», es decir, utilizando una de las estrategias de aprendizaje más rudimentarias, pero también más útiles, «ensayo y error», lo hacemos los/as adultos/as; de hecho, este proceso, continúa a lo largo de toda la vida, y sólo cuando erramos, podemos ajustar y re-ajustar nuestra experiencia, nuestra conducta y nuestras creencias.
Prueba, respeta, comete errores, vuelve a definir y re-definir los límites, inténtalo otra vez, prueba otra vez, re-calcula otra vez. ¡Disfruta!
Os dejo una canción para que le pongáis «ritmo» a esta reflexión: Renegades – X Ambassadors