Hace unas semanas hablaba con una paciente precisamente de este tema, y me dí cuenta de que había una parte muy importante que no había reflejado en el artículo anterior.
«Esperamos» a no sentir «nada» (lo pongo entre comillas porque yo misma me pregunto si es posible no sentir nada…) para poner fin a una relación.
De lo que no nos damos cuenta es de que, procediendo de este modo, lo único que nos garantizamos es que la relación se haya deteriorado tanto, una vez que pongamos punto y final de forma efectiva, que las probabilidades de que la ruptura sea dolorosa y destructiva, son muchísimo mayores.
¿Por qué esperamos a que nuestros sentimientos cambien y/o desaparezcan?
Si seguimos el modelo cognitivo propuesto por la psicología, el famoso A-B-C (si, a nosotros, psicólogos, también nos gustan las siglas, y si es en inglés, como bien sabéis, ¡mejor que mejor!), que viene a decir que nuestros pensamientos condicionan nuestros sentimientos/emociones, y todo ello cómo nos comportamos, según este modelo el cambio de pensamiento va primero y las emociones que provoca se dan en un «segundo momento» y «en concordancia» con dicho pensamiento, pero como bien sabréis por vuestra propia experiencia personal, por mucho que nuestro pensamiento pueda llegar a cambiar, no siempre nuestros sentimientos acompañan como esperaríamos…. Ni en forma, ni en tiempo (cuando esto pasa, como ya indique en la primera parte de esta entrada, tenemos herramientas concretas que podemos utilizar para «acelerar» el proceso, y que el cambio se armonice).
Cuando se produce esta discrepancia, entre lo que pienso y lo que siento, lo cierto es que solemos darle más peso a lo que sentimos que a lo que pensamos y, una vez más, ya tenemos el auto-engaño montado, ya que al final las explicaciones que nos damos a nosotros/as mismos/as van en la línea de lo que queremos conseguir.
Este es el caso, por ejemplo, en muchos casos de malos tratos, en los que la relación de pareja se mantiene porque «aún quiero a mi pareja y ella me quiere a mí, muchísimo».
¿Qué implica todo esto?
Que si espero a poner fin a mi relación de pareja a ya no «sentir nada» por ella o al menos «no sentir nada romántico», por decirlo así, aunque ya lleve tiempo pensando y valorando la posibilidad de romper mi relación, me aseguro que me habré quedado demasiado tiempo en esa relación.
¿Cómo resolverlo? Como ya os dije en la primera parte, de nada sirve que rompa mi relación si no tengo claro qué es lo que quiero hacer y que quiero hacerlo, así que, reflexionemos para ordenar nuestras ideas y provocar un cambio de pensamiento:
¿Somos esclavos de nuestras emociones?
¿Es que por sentir algo tenemos que actuar forzosamente de forma acorde con eso que sentimos?
¿Quién dice que por querer a alguien tengas que tener una relación de pareja con esa persona?
¿Si siento deseos de darle con un bate de béisbol a la persona del coche de al lado, en un atasco, porque no me ha cedido el paso…? Entonces… ¿le doy?
Me encantó la película de «Relatos Salvajes» y os la recomiendo, es un claro ejemplo de personas que se dejan llevar por sus emociones hasta el extremo, en concreto emociones muy «poderosas» y destructivas también que tienen que ver con la rabia/ira sin control, campando a sus anchas. ¡Ojo!, tener en cuenta que, en la película, sin consecuencias también,… Pero en el mundo real, como bien sabemos, hay consecuencias, nos guste o no.
En resumen, las emociones pueden ser muy poderosas, pero sólo en la medida que nosotros les demos poder en nuestras vidas.
El duelo es un proceso largo, sinuoso, con idas y venidas (es decir, no es lineal ni progresivo, necesariamente), y es posible que lo estemos llevando a cabo respecto a nuestra relación de pareja mientras aún estamos en ella. Si es así, siento deciros que es el miedo el que está tomando decisiones por vosotros y que, si, efectivamente, ya os habéis quedado demasiado tiempo en esa relación.
Ser generosos, ser amorosos, con vosotros y con vuestra pareja, decir adiós desde el amor, no desde la rabia ni el rencor, tampoco desde la indiferencia. Habéis vivido una historia (más o menos) repleta de amor con esa persona y, como escuche en una película, si empieza con champán y tarta, debería acabar del mismo modo.