Muchas personas vienen a la consulta diciéndome esto y «quejándose» de que son «indecisas«.
Sin embargo, muchas veces, por no deciros la mayoría, lo que realmente pasa es que les falta información para poder tomar una decisión.
Las personas queremos ser decididas y tener las cosas claras, siempre.
Atribuimos que esta «capacidad» tiene que ver con un rasgo de personalidad estable: «ser decididos«.
Pero nos equivocamos, todos dudamos, a veces incluso con «cosas pequeñas».
Os digo más, llegando a esa conclusión sobre nosotros mismos, atribuyendo a nuestra personalidad rasgos que consideramos «negativos» (y que de hecho no son ciertos), afectamos directamente a nuestro autoconcepto, y eso nos deja aún más encallados de lo que ya estábamos, nos invalida para tomar decisiones.
Porque ya no es sólo que estemos ante una situación difícil, y que tengamos que tomar una decisión, renunciando a una parte y asumiendo un riesgo por otra, sino que no nos sentimos capaces de hacerlo, y eso afecta tanto a nuestra autoestima, a nuestro estado de ánimo, a nuestra percepción de autoeficacia como a nuestra capacidad de decisión.
¿Por qué nos cuesta decidir?
«Porque no lo tenemos claro».
Al fin y al cabo, podemos ser intrépidos y aventureros pero, aún así, tomar una decisión «a ciegas» es arriesgado y tiene consecuencias.
Puedes tomar una decisión sin la información suficiente, todos lo hacemos, depende de las implicaciones que tenga.
Tomar una decisión sobre algo importante para nosotros, es otro tema.
Ahí queremos tener toda la información posible, y más, a poder ser.
Es sólo que, a veces, no nos damos cuenta de que es eso lo que pasa, que nos falta información.
Ahí cobra todo el sentido cuando una persona mayor, en nuestro cumpleaños, nos dice: «Hija, ojalá tuviera tus años, pero con todo lo que se ahora«.
Queremos ser capaces de «predecir el futuro», de tener un mapa claro de todo lo que influye en la decisión y de todas las consecuencias, e incluso, de cómo nos afectarán y cómo nos sentiremos al respecto, pero siempre nos va a faltar información.
Si no somos capaces, a día de hoy, de «predecir» tornados o tsunamis u otros fenómenos que tienen catastróficas consecuencias, podéis imaginaros que la información que podemos llegar a tener, nunca será «toda la información».
Y esto se debe a que son tantas las variables que influyen, y de tan distintas formas, que no podemos «controlarlas» todas.
¿Qué hacer entonces?
Tomar una decisión no es fácil.
Hay mucho que pensar y considerar.
Y para recabar toda la información necesaria, hace falta tiempo.
Con esa información, seremos más capaces de aclarar nuestras ideas, porque tendremos una idea más precisa de qué ganamos, qué perdemos y qué arriesgamos.
Al mismo tiempo, tenemos que considerar que «hay información que se nos escapa«, consecuencias que no podemos anticipar.
Hay una parte en la que, en mayor o menor medida según el caso, «estamos a ciegas», y sólo nos queda aceptar que está ahí, sabiendo que, en el momento en el que hemos tomado la decisión que hemos tomado, lo hemos hecho «lo mejor que hemos sabido y podido, con la información que teníamos disponible».
Yo os propongo algunas preguntas para reflexionar:
- ¿Qué quieres?
- ¿Qué te apetece ahora mismo?
- ¿Cómo te ves dentro de dos meses o de dos años?
- ¿Te ves haciendo…?
- ¿Te ves sin…?
- ¿Te ves con…?
- ¿Qué consigues con esta opción? ¿Cómo de importante es para ti?
- ¿Qué pierdes con esta opción? ¿Cómo de importante es para ti?
- ¿Qué necesitas hacer para conseguir…?
Dicho esto, ¿sabéis qué?
También hay mucho que sentir, no sólo que pensar.
«Cuanto más elevado sea nuestro nivel de conciencia, más se ajustarán nuestras decisiones a la realidad y a lo que realmente queremos».
Eso significa, entre otras cosas, estar en contacto con nuestros sentimientos y emociones, no dejarlos a un lado.
Como decía Mahatma Gandhi:
«Hay dos tipos de poderes, uno es obtenido por el miedo al castigo, y el otro por actos de amor. El poder basado en amor es más efectivo y permanente que el miedo al castigo.»
Cuando nuestras decisiones están guiadas por el miedo, o por la venganza, o por el resentimiento, o por la ira, o por…, toman el control, se hacen con el poder, y serán entonces «los motores de nuestras vidas«.
Muchas veces, es esa «neblina», ese rapto de emociones que nos desbordan, las que nos hacen tomar determinadas decisiones, y una vez que pasan o que se diluyen y van transformando, vemos las cosas de una forma totalmente distinta y, para entonces, puede que ya sea demasiado tarde.
Si estás furioso, enfadado, rabioso, resentido, te sientes vengativo o en pánico, no es el momento de tomar decisiones.
Conecta con el amor que nos une a todos y a todo, y toma decisiones desde ahí, sean las que sean, no te arrepentirás.